lunes, 29 de septiembre de 2014

Asesinato en el London Exprés. Segundo capítulo:

London Exprés, día 1.

James se despertó por el alboroto que había al otro lado de su puerta. Miró el reloj de pared: era la hora de comer. Abrió un poco su puerta y observó de quiénes procedían las voces que discutían en el pasillo de su vagón: el conde de Saint Germain le gritaba a la violinista Grace Shepard. No lograba entender lo que decían, pero escuchó algo sobre un dinero robado. Aprovechó que cada uno se metía en su cabina para salir y recoger lo que a uno de ellos se le había caído: un anillo con las iniciales grabadas G y S, estaban colocadas aleatoriamente, por lo que el detective James no logró saber si sería del conde o de la violinista. Se lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
De camino al restaurante, en el tercer vagón, cruzó la mirada conmigo mientras yo salía de mi cabina. El restaurante se encontraba en el segundo vagón, el primero era desde donde se conducía el tren. Habíamos quedado en tratarnos como desconocidos para no levantar sospechas. El restaurante del tren era amplio, lo suficiente como para que cupiésemos todos los pasajeros, e incluso el maquinista, tenía un estilo barroco muy bonito y las paredes empapeladas. No podía distraerme con cualquier cosa, tenía que estar atenta.
La anciana Aldridge hizo una gran entrada hablando en un tono elevado con el joven de la cabina contínua a la suya, le hablaba sobre modales y hacía como si ninguno de nosotros estuviese aquí, salvo su maldito caniche, claro. El joven murmuró algo inentendible y se fue al otro lado de la sala. La pareja de profesores entró hablando sobre una guerra civil cuya fecha no recuerdo. Los turistas entraron alegremente por la puerta, no sabía de qué hablaban; no hablo alemán. Cuando yo llegué, el conde y la violinista ya estaban sentados hojeando el menú. James se sentó en una mesa cercana a la mía por si sucedía algo. Cuatro camareros entraron y empezaron a servir platos. Tenían pinta de ser muy caros y muy exquisitos, por eso no entendí qué hacía alguien como Mike Bennett en un tren como este.
Después de comer, James iba de camino hacia su cabina, escuchó una conversación entre la pareja de profesores que le sorprendió un poco.
-¿¡Y quién es ella!?-exclamó Elizabeth, la mujer.
-Cariño, cálmate, te prometo que no hay ninguna -dijo Christopher intentando bajarle los humos.
Se oyó un sonido como de un jarrón rompiéndose.
-¡Eres un mentiroso, en cuanto baje de este tren pediré el divorcio! -Elizabeth estaba llorando y gritando a la vez.
-Por favor, mi vid...
-Esta lencería es suya, ¿verdad? -le interrumpió Elizabeth. -No puedo creer que me hicieras esto.
James oyó que alguien se dirigía a la puerta y se fue inmediatamente de allí.


De camino a su cabina se sorprendió por la de cosas que se cocían en aquel tren. Nunca le expliqué qué era lo que yo descubrí, no se lo conté a nadie. Eran las cuatro, quedaba tres horas para mi muerte y yo no lo sabía.
James aprovechó que estaba en el último vagón para asomarse a un agradable balcón que había en la parte trasera del tren a tomar un poco el aire. Allí se encontró a Elizabeth sollozando.
-Buenas tardes.
Ella no le contestó.
-Escuche, no sé qué es por lo que estará pasando, pero no merece la pena -dijo James asegurándole que no tenía ni idea de la traición.
Estuvieron los dos casi una hora allí fuera, en silencio, hasta que apareció Christopher.
-Cariño, te he estado buscando.
Elizabeth se abrió paso a empujones para luego salir corriendo. Christopher intentó seguirla.
Mientras tanto, yo estaba en mi cabina leyendo. Tenía que encontrar una manera de distraerme para no pensar en aquello que me dejaba todas las noches en vela. No conseguía concentrarme, estaba leyendo y releyendo todo el tiempo el mismo párrafo. Salí a pasearme un rato por el tren. Me encontré a Elizabeth y sentí un a punzada de dolor: lo sabía. Mike nos sorprendió de repente apareciendo delante nuestra y se dio cuenta de que entre nosotras dos pasaba algo. Me fui rápidamente sin mirar atrás.
Miré mi reloj de pulsera: 06:55 p.m. Me dirigí a mi cabina. La hora se acercaba y yo seguía sin saberlo. Cuando entré en mi cabina me llevé un susto: no estaba sola. Había alguien delante mía, armado y con cara de pocos amigos. El reloj dio las siete.

A las siete y cuarto todos oyeron un ruido sordo: un disparo. Corrieron hacia la cabina número 5 intentando salvar a quien estuviese herido. Demasiado tarde, yo ya no estaba.
Nunca creí en fantasmas, ni en que después de la muerte las almas siguen vagando por la tierra en busca de los asuntos que los mantienen aquí, hasta ahora. Vi mi cuerpo tirado en el suelo con un agujero de bala en el pecho. Noté algo, me giré y me di cuenta de que el revisor acababa de llegar y había pasado a través mía. Intenté decirle qué había ocurrido, tardé en darme cuenta que nadie podía verme ni oírme.
James Montgomery llegó alarmado.
“-Llego tarde”- pensó apenado.
Al minuto llegaron todos los demás viajeros del tren, incluso el maquinista, que había parado al oír el disparo.
-Atrás todo el mundo -dijo James.
Me colocó los dedos en el cuello para comprobar si tenía pulso.
-Está muerta.

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